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jueves, 1 de abril de 2010

LA HELADA

Hola madre, buenos días:
Lucho me llamó para decirme que hoy, irían los pintores a las siete y media de la mañana y que, durante las primeras horas, empezarían preparando las paredes de la bodega, para pintarla después.
Ya le han dado la primera mano de cal al chalé, pero, como las heladas no son nada buenas para seguir encalando, aprovechan el tiempo trabajando dentro de casa.
Quedé en que estaría allí a la hora en punto. Casi no dormí, había puesto el despertador para las seis y media, pero un poco antes de las cuatro, ya estaba despierta.
Cuando llegué, la puerta de la entrada, que debería ser negra, estaba recubierta por una película blanquecina. Abrí fácilmente con la llave, la primera hoja cedió, nada más empujarla, pero la otra, la del candado, que abraza un hierro con forma de bastón y es el que se fija al suelo, no encontraba la manera de poderlo despegar de la puerta.
Busqué en el camino trozos de ramas que tuvieran la punta un poco afilada, pero no entraban, unas eran demasiado gordas y las otras, tan endebles, que a la mínima presión se rompían. Subí hacia la casa y encontré un rastrillo, metí uno de sus dientes donde tenía que estar la junta, pero era inútil, resbalaba, volvía a intentarlo y otra vez lo mismo. Los dedos se me helaban y las manos, estaban tan rojas, como el chaquetón que llevaba puesto. Después de tanto forcejeo, me di cuenta que el hielo empezaba a derretirse, encontré el palo adecuado, afilado, resistente, hice palanca en la junta y el bastoncillo se separó de la puerta ¡al fin!
Cuando subí con el coche, todo estaba cubierto por un manto blanco, a esas horas aún no había mucha luz, el día empezaba a despertar y hasta los pájaros, permanecían en el más absoluto silencio.
En este momento son las nueve de la mañana, el sol empieza a brillar, acaricia lentamente a la helada, la derrite, el césped verdea.
Dentro de casa hace mucho frío, he encendido uno de los radiadores, tengo que ir aprendiendo, a encender, yo solita, las chimeneas. Anthony, amor mío, me tienes mal acostumbrada, siempre las enciendes tu.
Madre, esto no se parece en nada a los días de verano en que estábamos todos juntos. El chalé, sin ti, y sin los nietos correteando, es desolador.
Acaba de llegar Lucho, me releva hasta que se marchen los pintores. Me voy a preparar la comida. Tengo previsto poner unas patatas con bacalao y arroz.
Se me olvidaba, ¿así que también quieres que te mande la receta de la carne rellena? En esta no va a poder ser, prometo enviártela en la siguiente.
Acabo ya, pero antes quiero mandarte mi cariño en un fuerte abrazo.
Kasioles