Querida madre: Atrás se han quedado las fiestas y el mes de enero da a su fin ¡Qué rápido se me pasan los días!
Desperté con la intención de escribirte y recordar al
fiel guardián que velaba nuestros sueños ¡Cuánto llegamos a querer a Jara!
Hoy su recuerdo viene a mi mente y me llena de gratitud y
nostalgia ¡Cuánto me quería!
Todavía recuerdo perfectamente aquél fin de semana
cuando, a la hora de comer de un sábado primaveral, llegó mi hijo Willi con una
caja de zapatos en la que venía un minúsculo animalillo de color negro.
Me contó que su amigo Willi (se llama igual que él) le
había pedido el favor de que se lo cuidara por unos días, les había surgido a
sus padres un viaje y se tenía que ir con ellos. ¡Pobre Kasioles! ¡Cómo si yo
supiera qué hacer con tan diminuto animal!
Mi hijo, que por aquél entonces cumplía 14 años, tenía
menos idea que yo de cómo criar a un perro, su amigo le había dicho que le
diera leche.
Muy atrás había dejado la época en que amamantaba a mis
hijos y luego les daba biberón, en casa ya no quedaba nada, ni siquiera una
tetina de goma con que poder alimentar al perro.
En la tapa de un bote, empecé a echarle un poco de leche
y, cual sería mi sorpresa, cuando veo que el animalillo sale de la caja y la
empieza a lamer, me alegré, ya no se moriría de hambre.
Cuando se me ocurrió darle un poquitín de carne picada en
el hueco de mi mano, aquello ya fue el anillo de compromiso que nos unió para
siempre, dejó la leche por la carne picada y le encantaba el jamón de york que
más tarde le di.
El amigo de mi hijo nunca regresó a buscar al perro, mi
hijo estaba feliz.
Se convirtió en mi sombra durante los meses de verano, me
adoraba, jamás lo até y, todos los días de invierno, Anthony se acercaba al
pueblo para llevarle comida.
RECORDANDO A JARA
El amigo fiel que todo lo perdona
la sombra de mis pasos
y el confidente paciente
cuando la nostalgia aflora.
Eras…
ese amigo que se añora
celebra tus alegrías
y en las penas no abandona.
Respetabas mis silencios
y saltabas al verme feliz
fuiste mi mejor amigo
y el guardián de mi dormir.
Al pasar las fiestas había que cambiar de hábitos de
comida, se me ocurrió preparar unas acelgas que serían de lo más saludables y
digestivas, guardaba las fotos que ahora comparto con vosotros.
INGREDIENTES: Un manojo de acelgas, dos pastillas de
caldo de ave, una cebolla, 3 dientes de ajo, 2-3 patatas, una cucharadita de
pimentón dulce, un poco del agua de la cocción de las acelgas, tres huevos
cocidos y aceite de oliva.
PREPARACIÓN:
1- Lavar bien y limpiar de hilos las acelgas, trocear
pencas y hojas. Reservar.
2- Poner una cazuela al fuego con agua junto con pastilla
y media de caldo de pollo. Cuando comience a hervir se añaden las acelgas con
sus pencas.
3- Una vez que están tiernas, se retiran y se reserva un
poco del agua de cocción.
4- Cortar la cebolla en juliana y las patatas como para
tortilla, es decir, en láminas finas y pequeñas. Reservar.
5- Poner una sartén al fuego con un poco de aceite, mejor
que cubra el fondo, dejar calentar y añadir las patatas y la cebolla, dejar
pochar y retirar cuando el conjunto haya adquirido un ligero color dorado.
6- En el aceite sobrante de la sartén (si es necesario se
añade un poco más) se doran 3 dientes de ajo laminados, se separa un poco la
sartén del fuego y se añade una cucharada rasa de pimentón dulce, remover y
verter un poco del líquido de la cocción de las acelgas.
7- Volver a colocar la sartén sobre el fuego e incorporar
las acelgas, cebolla y patatas reservadas.
8- Remover para mezclar y dejar que todo junto dé un
hervor. Acompañar con huevos cocidos cortados en rodajas.
9- Ya solo queda degustar la ración. Recuerdo que estaban
buenísimas, es una receta que se puede repetir, aunque comprendo que las
acelgas no gustan a todos.
Acabo enviando cariños alados para vosotros que estáis
tan lejos, pera mis lectores blogueros también les dejo los cariños que siempre
acompañan a los comentarios que dejo en sus publicaciones.
Kasioles