Querida madre: Hoy amaneció un día ventoso, más propio del
mes de Marzo que de Mayo.
Y desde el cuarto de estar, donde siempre te escribo,
contemplo los árboles que ya, cubiertos de hojas, se bambolean sin cesar
azotados por el fuerte vendaval.
Y temo por mis urracas, las sigo viendo, criando están.
Y lo digo, porque hace tan solo unas horas, fuerte granizo calló y pensé en esos polluelos, desprotegidos, con apenas un incipiente plumón.
Y también pensé en su madre y la imaginé desplegando bien
sus alas, como dándoles calor y, al mismo tiempo, impedir que ese granizo
dañase, lo que nació de su amor.

No teme al viento ni al frío, constantemente va y viene,
alimentos traerá, por si mañana… ya llueve.
Ah! Otra cosa he observado ¡salen del nido las dos!
Primero lo hizo una, luego…la otra voló. Está en el tejado
de enfrente.
Seguro que sus polluelos ya son grandes y reclaman más
ración.
Y sonrío al contemplar, que hay movimiento en el nido, van y
vienen sin cesar ¡la familia ha crecido!
Madre, tú sabes muy bien que la primavera y el verano son
dos estaciones llenas de tristes recuerdos. Siguen arañando mi alma.
Por esta razón, he decidido descansar un tiempo.
Tenemos planeado marcharnos de vacaciones y después… me
refugiaré en el pueblo, seguiré de cerca
cómo se va levantando ese nuevo merendero, de esta vez no haré
innovaciones, dejaré que sigan fielmente los planos, ya no hay ilusión para
ello.
Cuando estuve en el pueblo, hice estas fotos de la obra.
Y con nostalgia, también por vosotros que me estáis leyendo,
me retiro a reflexionar.
Sabéis que no podré olvidaros, que os quiero y que os
necesitaré, por esta razón, aunque no os digo cuando ¡volveré!
A todos os deseo un feliz verano.
A ti, madre, no te abandonaré, te seguiré escribiendo, bajo
la sombra del lilo, recordando siempre nuestro ayer.
Gracias, de corazón.