Querida madre: Pensaba seguir contándote la última parte de nuestro viaje (ya en Málaga) pero lo dejaré para la próxima semana.
Me estoy acordando de que hoy tengo que felicitar a un fiel amigo, es seguidor nuestro, no recuerdo desde cuando, pero permanece ahí, semana tras semana, hay veces que hasta me creo que lo conozco desde siempre.
Siendo muy popular en la blogosfera, yo diría que es como el Confucio de esta época: filósofo, moralista, altruista, poeta, solidario y lleno de amor.
De sus escritos, aunque no siempre estoy de acuerdo con lo que dice, he aprendido muchas cosas pero, últimamente, me ha dado una lección de vida.
En agradecimiento, he viajado para conocerlo y felicitarlo.
El viernes, cogí un tren que me llevó a una ciudad preciosa rodeada de mar: La Coruña.
Entrando en ella y, a través de la ventanilla del tren, pese a que era noche cerrada, las luces de las casas que hay alrededor de la playa, se reflejaban en las aguas de la ría del Pasaje y me han permitido ver muchas barcas ancladas esperando el regreso de sus dueños.
Aquello también me hizo recordar que él también es pescador y un enamorado del mar.
Hoy sábado, muy de mañana, le preparé un rico bizcocho y, después de indagar dónde vivía, cogí un autobús en la Marina que me llevó a su casa.
Una visita, muy de mañana, no es correcta pero, pese a mi impaciencia, logré esperar un poco y cuando no aguanté más, casi saltándome el protocolo, llamé a su puerta.
Me recibió un señor maduro, de cabello blanco y con un rostro surcado por las huellas que va dejando el paso del tiempo. Pero su cara reflejaba dulzura y su voz…. tranquilidad y paz.
El, al principio, no me reconoció, luego le expliqué que era una antigua amiga, que nos habíamos conocido en otro mundo paralelo y, como él suele hablar desde sus cenizas disueltas en el mar, rápidamente me reconoció: ¡Kasioles! exclamó ¡no me lo puedo creer!
Me invitó a pasar y al poco… oigo una vocecita que le llama ¡abuelo! Entonces me doy cuenta de que también a ese niño tengo que felicitarlo.
Y he pensado que, la mejor manera de hacerlo, era compartiendo con ellos el rico bizcocho que, con tanto cariño, había preparado.
André de Artabro (Nereidas es su blog) que así se llama mi amigo, en seguida enchufó la cafetera para hacer un rico café. Los tres, sentados alrededor de una mesa, desayunamos en armonía charlando animadamente.
Yo tenía prisa, no podía quedarme mucho tiempo (y si que me hubiese gustado) así que me despedí dándoles un fuerte abrazo y con un ¡hasta pronto! desaparecí escaleras abajo.
Como tenía que regresar a casa, cogí el mismo tren que me había traído y ahora, en pleno día y a la luz del sol, volví a ver, con toda claridad, esas barcas ancladas en la ría.
De lejos, divisé a un hombre remando que me decía adiós ¿sería él? Le he visto como se alejaba, el tren corría y su figura cada vez se hacía más diminuta, luego…. desapareció.
Gran parte del camino de regreso, lo pasé pensando en él, en lo que hablamos, en su vida, en la tranquilidad con que se analizaba y aceptaba lo inevitable, tenía su mochila a punto, sin peso, sin raíces que le aten a la tierra, tiene una fe enorme, yo creo que en ella reside su fuerza.
También me contó que es feliz, que se ha vuelto a enamorar y que una nueva luz ilumina esta última etapa de su camino.
¡Cuánto me alegro, mi querido amigo! Seguro que ella estará encantada al sentirse querida y mimada cuando le bordas palabras al oído.
Me imagino que, en un día como hoy, te habrá felicitado mucha gente, pero tendrás que reconocer que nadie lo ha hecho con tanta originalidad.
¡Pero que osada me estoy volviendo!
Bueno, con este escrito, sólo he pretendido felicitar a un amigo y, al mismo tiempo, invitaros a todos a que paséis por su blog y le dejéis muchas, pero que muchas felicitaciones.
Madre, hoy le toca invitar a André, me ha liberado de encender mis pucheros.
Hemos quedado en su casa para degustar ricos aperitivos acompañados de un buen Albariño.
Allí espero encontraros a todos.
De ti, madre mía, no me olvido, sabes que durante toda esta semana hemos estado muy en contacto.
Para terminar, quiero mandarte un abrazo muy fuerte para que te haga recordar el calor del cariño de tu hija
Kasioles