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sábado, 27 de agosto de 2011

CARBALLIÑO, LA FIESTA DEL PULPO, CON RECETA.

Querida madre: Como te decía en mi carta anterior, Anthony nos había preparado un viaje.

El día 14 ha sido “ A festa do pulpo” en Carballiño, (Orense) y allá nos llevó.

Salimos el sábado, madrugamos, cogimos la carretera de la Coruña y al llegar a la altura de Puebla de Sanabria, Anthony dice: ¿queréis ir a Bragança? Sin esperar respuesta, le vemos que toma la desviación a Portugal. ¡Qué carretera! Además de estrecha, era una sucesión de curvas, así, con ese mismo trazado, recorrimos 40 kms.

Me falto muy poquito para marearme ¡qué mala compañera de viaje soy! Pero cuando creí que…. ¡llegamos a la civilización! Aparcamos el coche y fuimos a recuperar fuerzas tomando un café y algo dulce. Me reanimé. Después se reían, me decían que lo único que tenía era hambre. Algo de razón no les faltaba, casi no había desayunado.

Hicimos alguna foto, allá, a lo lejos, divisamos un castillo: El de Bragança.





La localidad estaba en fiestas, celebraban las jornadas medievales.

 
Anduvimos por unas calles empedradas de color negro, la dificultad para andar por aquellos tramos intransitables, propios de caballerizas, nos permitió ver las estrellas cuando lucía un sol resplandeciente.

Al fin llegamos al castillo. Al entrar en el recinto amurallado, pudimos visitar un mercado medieval. Había de todo: jabones de distintos aromas, hierbas que todo lo curan, aves empleadas en cetrería, ruecas para hilar la lana, tintes para darle color…hasta una catapulta hemos visto.

 





        

Al fondo, se alineaban casetas con productos típicos. De una de ellas salía un olorcillo que abría el apetito.

Nos sentamos en unos bancos, a la sombra, y estuvimos degustando unas patatas cocidas con piel, ensalada y carne de cerdo asado, allí, a nuestro lado, tenían al pobre animal ensartado con un hierro que hacían girar sobre unas brasas para que se fuera dorando por todas partes. Después….

Tuvimos que deshacer el camino pedregoso, a mi hija Pi se le ocurrió la idea de descalzarse, ya ni lo intentó, aquellas piedras ardían, el calor del sol permitía freír un huevo en ellas.

Ya en el coche, emprendimos viaje a Carballiño.

Llegamos al anochecer, pero aún nos tocó dar unas cuantas vueltas hasta encontrar la casa rural que Anthony había reservado.

La casa Anxeliña, que así se llamaba, estaba perdida a tres kilómetros por una carretera hecha por un borracho, curvas peraltadas se sucedían unas tras otras, a los lados, como señores de la noche, expectantes, había nogales, castaños y eucaliptos.

Cuando ya pensábamos que nos habíamos perdido, descubrimos en el tronco de un árbol un indicador con una flecha a la izquierda: Casa Anxeliña.






Torcimos por un caminito en pendiente, dejamos a la derecha una fuente con un chorro continuo de agua y a la izquierda un hórreo (se utiliza para guardar el grano, está hecho de madera y apoyado en pilares de piedra, es típico de Galicia y Asturias), al fondo, había varios coches aparcados y una casa.

Suspiramos ¡habíamos llegado! Yo creo que estábamos tan contentos como los niños del cuento que encontraron la casita de chocolate.

Una señora nos abrió la puerta y nos recibió con una franca y dulce sonrisa, era Carolina, la dueña de ese remanso de paz.

Nos encantó la entrada, el jardín con piscina y el trato dispensado.

Esa noche no nos movimos de allí. Cenamos en un amplío comedor que tienen en el piso de arriba y refrescándonos con un vinillo blanco, típico de la tierra, degustamos un picoteo variado de los productos más característicos de Galicia.

Al día siguiente…. A festa do pulpo.

Bajamos a Carballino. Ya de mañana, el pueblo estaba de lo más animado, cantidad de gente se había dado cita allí. Es que el olor del pulpo… atrae hasta los paladares más exigentes. Prueba de ello, es que el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, también se apuntó al evento.

Pero la fiesta se centraba en el Parque Municipal de Carballiño, un espacio enorme lleno de vegetación natural.

A ambos lados de la entrada, había casetas, se sucedían unas a otras formando un largo cinturón, allí se vendía de todo.

Íbamos como en procesión, las prisas no entraban en el programa.

Madre, yo me imaginaba que venías a mi lado, tenía miedo a perderte entre tanta multitud y te cogía de la mano ¡tu cálida mano! Quise invitarte a una filloa (es una especie de crep, muy típica de Galicia) y las dos guardamos la enorme cola par a degustar la oblea, al final me has dicho que las que yo te hacía estaban mejor. Gracias, madre, gracias por tu amor.

Seguimos andando guiados por el olor que desprendían los grandes calderos al cocer cientos de cefalópodos, no exagero, hay que estar ahí para entenderlo.

Te mando fotos que hemos sacado. Tuvimos suerte y encontramos un hueco en un banco, bajo los árboles, Anthony nos trajo pulpo, empanada, carne a o caldeiro (es falda de ternera cocida con patatas) y ese vinillo blanco, tan rico, de Ribeiro, típico de esas tierras.

Encargamos unos pulpos para llevar. Nos los prepararon sumergidos en el agua de la cocción. Compramos pan de Cea, el típico vino y empanada de bacalao.
Llamamos a nuestros hijos, les dijimos que nos reuniríamos en el chalé a cenar, que llevábamos de todo.

Me ayudaron a poner la mesa.


Mientras, eché el agua de los pulpos en un puchero, la llevé a ebullición, añadí una patata por persona, entera y pelada, dejé cocer unos 30 minutos, retiré, escurrí y coloqué en una fuente cortándolas en rodajas gruesas, las espolvoreé con sal gorda y pimentón dulce.


















Cada tentáculo del pulpo, y con ayuda de una buena tijera, se va cortando en rodajas no muy gordas, se sirve en platos de madera, se aliña con sal gorda, pimentón picante o dulce, a gusto y un buen chorro del mejor aceite de oliva que se tenga.


Madre, excuso decirte que me encantaría estuvieras con nosotros para haberlo probado ¡cómo te gustaba! No dudo, que en donde estás, haya manjares mucho más deliciosos para degustar.

 
Esta carta se ha alargado mucho, pero ya acabo.

Todos me dicen que te mande, abrazos, besos y miles de cariños ¡hasta los más pequeños se acuerdan de ti! Yo… ¿qué puedo decirte que ya no sepas?

Un abrazo, madre, uno muy fuerte te manda tu hija.


                                                                               Kasioles