Seguidores

sábado, 19 de noviembre de 2011

MERIENDA CON CAFÉ Y ROSQUILLAS




Querida madre: Hoy voy a comenzar mi carta contándote un sueño ¡vaya pesadilla que he tenido!

Lo escribo ahora que lo tengo muy reciente, si lo dejo, me temo que se desvanecerá, otras veces me pasa, pero no creo que tenga esa suerte, éste, es de los que calan hondo y no se olvidan tan fácilmente ¡qué más quisiera yo!

Yo pensaba que dormiría fenomenal, los galenos, amigos de la familia, me estuvieron repitiendo los mismos consejos de siempre: que tengo y debo de salir a andar. No es que esté gorda, sigo tus consejos y me conservo bien, pero el salir a andar…¡qué pereza me da!

Anthony me animó, me dijo que me acompañaba y así estuvimos, charlando y caminando, cerca de hora y media.

Cuando nos acostamos, no era tarde, creo recordar que pronto me quedé dormida, pero… a eso de las 3 o 4 de la madrugada…. Oí voces, eran como trozos de una conversación, no entendía bien lo que decían, pero alguna de aquellas voces parecían familiares, mas, pese a que lo intenté, no llegué a descifrar quién estaba hablando.

Al poco… noto que el colchón se levanta, era como si alguien que estuviera metido debajo de la cama, empujara el colchón sucesivas veces hacia arriba ¡qué pasa! Me dije. Palpé el lado de mi cama y, efectivamente, aquello se movía y mucho.

Intenté encender la luz de mi mesilla, pero, para mi sorpresa, no funcionaba ¿se habría fundido la bombilla?, quise acercarme al lado de Anthony para tratar de encender la suya, y mi sorpresa fue doble al comprobar que el espacio estaba vacío, ¡Dónde estaba Anthony? Por un momento no quise seguir pensando, yo sólo quería encender la luz, me acerqué a su lamparita, apreté el interruptor y… ¡fatalidad! Aquello tampoco se encendió, quise serenarme y opté por lo más lógico ¡qué casualidad! ahora un corte de luz.

Volví a mi lado de la cama, aquello seguía moviéndose y, en un arranque de valentía, saqué el brazo y traté de palpar con mi mano el suelo, ésta se deslizó por una piel de angora de lo más suave y quedó atrapada en una especie de asa, la levanté, quedó colgada de mi brazo como si fuera un bolso, pero el movimiento continuaba, aún en sueños, quería buscarle una explicación lógica a todo aquello, nada, me dije, esto es un perrito o un gato que se ha colado, sin darnos cuenta, a través de la terraza de nuestra habitación.

Al poco, casi me quedé sin respiración, aquello era una masa disforme, sin cabeza y sin cola, que seguía moviéndose sin parar, instintivamente, intenté retirar mi mano, sacármelo del brazo, lo sacudí enérgicamente pero aquello no se despegaba de mí.

Al poco se hizo la luz, Anthony la encendió, venía del baño y me encontró moviendo el brazo desesperadamente, como si estuviera dando una buena paliza a alguien, ¿qué te pasa? me dijo, fue entonces cuando me desperté, oí que Anthony reía, miré al suelo, miré mi brazo y allí no había nada ¡qué liberación! Todo había sido una mala pesadilla.

Aún despierta, con Anthony al lado y, pese a saber que todo había sido un sueño, no quería volver a dormir ¡qué miedo!

Hoy entiendo bien a mi nieto Alexis, cuando le dice a su madre que tiene muchas pesadillas y que no puede dormirse tantas veces.

Como mi relato ha sido largo, paso directamente a mandarte la receta de esta semana.

Willi me está diciendo que haga las rosquillas que tanto le gustaban cuando era pequeño.

Encontré la receta y ya las tengo hechas para cuando lleguen, estarán con nosotros este fin de semana.



INGREDIENTES: Dos huevos, una tacita de leche, otra de aceite y otra de azúcar, una copa de anís, las ralladuras de un limón, un sobre de levadura en polvo y harina la que admita.


PREPARACIÓN: Batir los huevos con el azúcar, añadir el aceite, seguir batiendo, agregar la leche, el anís y las ralladuras del limón, continuar batiendo hasta incorporar todos los ingredientes.

Mezclar la harina con la levadura e ir añadiéndola poco a poco, remover con cuchara de madera, seguir añadiendo harina hasta formar una masa que se desprenda de las paredes del bol.

Cuando tenemos formada una bola con la masa, se espolvorea la mesa o encimera con harina, se amasa otro poco más y con trocitos pequeños, se van formando unos círculos que freiremos en abundante aceite de girasol, se les da la vuelta para que cojan un bonito color dorado por los dos lados y se van sacando a una fuente con un papel absorbente para retirar el exceso de grasa.

Se sirven espolvoreadas con azúcar glass.

Con las medidas dadas, salen bastantes, pero no hay que alarmarse, se comen con demasiada facilidad, después de probar una, no puedes remediar la tentación de comerte otra y otra ¡qué pena que todo lo bueno sea pecado o engorde!

Por hoy tengo que acabar, le he contado el sueño a Máriel, que acaba de llegar, y se ha reído muchísimo. Yo no le encuentro la gracia.
Volveré el próximo sábado, intentaré ser puntual. De momento te mando abrazos y el cariño de todos los demás.

Besos madre, llenos de nostalgia, porque no estás.

                                                                                                                                Kasioles