Tu nieto Willi, buen conocedor de gran parte del Sur, nos aconsejó que fuésemos a comer al restaurante Gallo Azul que está en la calle Larga.
En Jerez, es fácil encontrar esa calle, pronto estuvimos delante de un restaurante que tenía una gran terraza. Por la hora que era, un poco tarde, no había mucha gente comiendo.
La terraza estaba rodeada por una barandilla y adornada, en su base, con jardineras de arbustos y flores.
Nos sentamos las tres en una de las mesas y, al poco, nos atendió un camarero con la sal y simpatía de buen andaluz.
Nos aconsejó probásemos el queso Payoyo (es un queso de cabra que se elabora en la Serranía de Villaluenga, muy cremoso y sabroso) sobre una crema de puerros y beicon, las croquetas de bacalao sobre un fondo de salmorejo templado y las albóndigas de secreto de cerdo con patatas fritas y una reducción de vino de Jerez.
Comimos fenomenal picoteando un poco de todo.
Pero… pese a que estábamos charlando animadamente, de pronto, como si de una fuerza mayor se tratase, me obligó a levantar la cabeza y mirar de frente.
Me encontré con unos ojos negros, muy negros y pequeños, pertenecían a una cara extraña, triangular, se parecía a un pájaro, tenía la nariz afilada y su mentón acababa en punta.
La cabeza reposaba sobre un brazo que tenía apoyado en la barandilla. Era una mujer rara.
No logré saber a quién miraba pues, en una mesa colocada casi pegando a la barandilla, tomaba café una pareja de enamorados.
¿Me miraba a mí o a ellos? Aquellos ojos parecían no tener párpados, no la he visto pestañear.
Ignoro que sensación habrá tenido aquella pareja al tenerla tan cerca, pero yo me sentía incómoda, no hay nada que me intimide más, que una mirada inexpresiva y tan insistente.
Intenté seguir hablando con mis hijas y olvidarme de la atracción de aquellos ojos, al poco… ¡que liberación! Había desaparecido.
Pero al rato… vuelvo a sentir, a notar ¡qué se yo! no logro analizar aquella sensación, pero supe que tenía unos ojos clavados en mi hombro. Me hicieron girar la cabeza hacia la derecha y… allí estaba, como colgada de dos muletas y sin pestañear.
Mis hijas no se habían dado cuenta. Abrí mi bolso, le di un euro a Pi y le dije que se lo diera a la señora que estaba cerca de mí. Se levantó, fue hacia ella y ni siquiera le dio las gracias.
Mi sorpresa fue grande al ver que no se marchaba.
Al poco, oí al camarero, el que nos estaba atendiendo, hablar con ella, era un monólogo, bromeaba.
No me atreví a volver la cabeza, pero mis hijas me dijeron que, hasta que el camarero no le dio una botella de agua, no se movió del sitio.
Me imagino que los camareros, con solo verla, sabían lo que quería.
Después, tuve tiempo para pensar en ella, comprendí que la vida no la había tratado nada bien y me dio pena, mucha pena.
Quizás, sin darse cuenta, me dejó un mensaje: VALORA LO QUE TIENES.
Madre ¿tú que piensas?
Y ahora me estoy dando cuenta de que pronto vendrá el DIA DE TODOS LOS SANTOS, ya sabes que no faltaré.
Un baile de ramas
Movidas por el viento
Sembraron las calles
De muerte, hecha hojas
Guardando un lamento.
Siento que esas hojas
Al quedar aisladas
De esa rama madre
Que era su sustento,
Se encuentren perdidas
Y a merced del viento.
Y hoy que mis pisadas
Arrastran la alfombra
Que dejó el viento,
Quisiera ser hoja
Para volar alto
E ir a tu encuentro.
En mi carta anterior, tuve un comentario de una amiga, Lyliam, me pedía que hiciese algo para un día de fiesta.
Se me ocurrió hacer un pastel salado recordando el que comimos en Navidad hace unos cuantos años. Cuando leas la receta, te darás cuenta de cual es.
INGREDIENTES: Un paquete de hojas de espinacas, una coliflor pequeña, dos o tres zanahorias, 6 huevos, medio litro de nata líquida, 700 gramos de gambones o langostinos, mantequilla y pan rallado para untar el molde.
Para decorar, tomate frito y lechuga picada.
PREPARACIÓN:
1- Cortar la coliflor en ramilletes pequeños, cocerla durante 15 minutos en agua con sal. Escurrir y reservar.
2- Cocer las espinacas en agua hirviendo con un poco de sal, dejarlas 3 minutos. Escurrir muy bien y reservar.
3- Cocer las zanahorias hasta que estén tiernas, cortar en rodajas y reservarlas escurridas.
5- Preparar el molde (deberá ser rectangular, alto y estrecho, como los que se utilizan para hacer un keique) untándolo primero con mantequilla derretida y después con pan rallado. Reservar.
6- Poner en un bol los 6 huevos, las espinacas muy bien escurridas y el medio litro de nata. Triturar y reservar.
7- Poner en el fondo del molde una parte del batido de espinacas.
8- Colocar encima ramilletes de coliflor y zanahoria en rodajas. Cubriendo toda la superficie.
9- Cubrir con batido de espinacas y nata.
10- Distribuir los gambones encima y si el molde lo permitiese, por su altura, repetir las capas, siempre se tiene que finalizar echando batido de espinacas.
11- Meter este molde en otro recipiente rectangular y mayor, ponerle agua en el fondo (baño maría) y con el horno precalentado a 180 grados, introducirlo en él hasta que esté completamente cuajado, más o menos, tardará una hora. Para saber si está en su punto, meter el palo de una brocheta o un cuchillo, si sale seco, es el momento de retirarlo del horno.
12- Dejar templar, desmoldar y decorar a gusto.
Hoy también se ha prolongado la carta, pero el pastel lo merece, está buenísimo y si se sirve frío, se puede hacer de un día para otro.
Ahora si que me despido hasta la próxima semana.
Te mando cariños muy especiales en un fuerte abrazo. Ya sabes que iré a verte el día 1.
Más abrazos.