Querida madre: Hoy
voy a contarte algo nuevo, será como recordar los momentos en que las dos
charlábamos animadamente y te ponía al día de las pequeñeces que iban surgiendo
en mi vida.
Sigue leyendo:
Caminaba tan
tranquila por la calle cuando, de pronto, veo aparecer una figura a lo lejos
que se me hace familiar.
Mientras sigo con
paso ligero, la voy observando más detenidamente ¡casi no me lo podía creer!
¡Era Sandro!
Aquél amigo de mi
juventud ¿recuerdas la de veces que te he hablado de él?
Aprieto el paso, me
pongo a su altura y le digo: ¡Vaya sorpresa que me has dado! ¡Qué alegría
volver a verte! Jamás pensé que podría encontrarte por aquí, el mundo es un
pañuelo.
Noté que me miraba
fijamente, pero ni una palabra salió de sus labios, me sentí violenta, aquellos
segundos se me hicieron eternos y fui yo la que volvió a decir:
¿Acaso no eres
Sandro el que vivía cerca del mercado de San Agustín?
Sí, respondió al
fin, pero tú… ¿Es posible que no me reconozcas?
Madre, te confieso
que debo ser algo engreída, entre todos me habéis hecho creer que me conservo
estupendamente, la verdad es que no he engordado mucho desde que me casé, que a
base de tinte vegetal sigo con el mismo color de pelo, visto muy actual, como
lo hacen mis hijas y no dejo de ponerme
esos altos tacones que tanto me gustaban pero…se habían pasado tantos años sin
vernos…
Cuando le dije
quien era, aquella jovencita que él acompañaba todas las mañanas por la calle
Real, la que llevaba el pelo sujeto en un recogido y a veces se le soltaban las
horquillas…
Que él se iba a trabajar mientras yo me subía a aquél
tranvía…
Ya no pude
continuar, sentí que sus brazos me rodeaban y así permanecimos abrazados un
largo rato.
Fue entonces cuando
me di cuenta que él todavía guardaba en su mente la imagen de cuando yo tenía
18 años.
FELICIDADES, le
dije, tú estás igual que siempre, y nos volvimos a abrazar.
Mañana he quedado
con él, le hice esta tarta, sé que le gustaba.
Al llegar a casa,
lo retuve en el pensamiento y recordando la palabra que Sindel había propuesto
para esta semana, NIDO escribí:
En el nido de mis
pensamientos
Fui guardando tus
consejos
Eran para mí
caricias
Que atraían desde
lejos.
Los recuerdos de un
pasado
La angustia de
haber perdido
Al que yo tanto he
amado.
Otras, hacían que
renaciera
La pasión que
adormecía
Encerrada en aquél
techo
Compartido por los
dos.
Y sin darme apenas
cuenta
Fui siguiendo aquél
camino
Que iluminaba mi
vida
Por azares del
destino.
Hoy, aunque mi
carta se alarga, no quiero dejaros sin esta rica y fácil receta que siempre
sale bien.
INGREDIENTES PARA
LA TARTA:
4 huevos, 250 g de almendras molidas, 250 g de azúcar (para los
menos golosos con 200 g
es suficiente), las ralladuras de un limón, una cucharadita de canela molida,
azúcar glass y un poco de mantequilla y harina para que no se pegue la tarta al
molde.
PREPARACIÓN:
1- Poner en un cuenco los cuatro huevos.
2- Añadirles el azúcar.
3- Batir el conjunto, sólo un poco, con batidora
eléctrica.
4- Añadir la almendra molida.
5- Incorporar las ralladuras de un limón y la
cucharadita de canela.
6- Mezclar todo bien con ayuda de una espátula
o cuchara de madera.
7- Engrasar un molde desmontable con un poco de
mantequilla, espolvorear con harina y sacudir la sobrante.
8- Verter el contenido del cuenco en el molde
engrasado, (también se puede poner un papel de aluminio engrasado que cubra el
fondo y paredes del molde).
9- Meter al horno precalentado a 180 grados con
calor arriba y abajo. Dejar 30-35 minutos de cocción, hasta que la superficie
esté completamente dorada.
10- Retirar del horno y dejar
templar.
11- Desmoldar.
12- Hacer una plantilla, en
cartón o papel, de la cruz de Santiago, en mi caso utilicé una plantilla de
acero inoxidable. Colocarla sobre la tarta.
13- Espolvorear por encima con
azúcar glass y levantar, con mucho cuidado, la plantilla.
14- Degustar esta rica ración.
Ya sólo me queda
enviaros mis cariños en abrazos, pretendo que os transmitan todo el amor que
aún guarda mi corazón.