Querida madre: Hoy no podría explicarte, con exactitud, lo que me ha pasado esta semana. Cuando regresé a casa, estaba emocionada.
Por la mañana salí a comprar al supermercado que tengo enfrente de casa.
Volvía cargada con dos bolsas y, en la acera de enfrente, pude ver a una mujer mayor que le preguntaba algo a una chica joven.
Intuí que la señora andaba un poco despistada, como si estuviese perdida.
Esperé a que el semáforo se pusiese en verde y atravesé la calle con paso apurado.
Seguí con la vista a la señora, la veía de espaldas, llevaba un abrigo de color beige que me recordó a uno de los tuyos (el que te pesaba tan poco y te era tan cómodo), su pelo blanco, muy blanco, relucía al incidir un insignificante rayo de sol en su cabeza y, pese a que su caminar era lento, aún así no la alcanzaba.
No me preguntes lo que pasó en mi interior en aquél momento, pero … ¡Te he visto, madre mía! Te sentí y no me lo podía creer.
Cargada como iba, con una bolsa en cada mano, me fue imposible retirar las lágrimas que corrían por mis mejillas.
Seguí apurando el paso, tenía que verla de frente. Cuando llegué a su lado, lo primero que hice fue mirarle a la cara y…pronto comprendí que todo había sido fruto de mi imaginación.
¿Necesita algo? Le pregunté. Me contó que no sabía bien que autobús coger para regresar a su casa.
Me senté con ella en un banco que hay cerca de la parada de los autobuses, charlamos un ratito. Me contó que, andando, andando, había llegado hasta este supermercado.
Me enseñó muchas monedas que llevaba en una mano, le expliqué que algunas ya no tenían validez (eran las antiguas pesetas de aluminio) y debía separarlas de los euros.
Al poco llegó el autobús, la ayudé a subir y hablé con el conductor para que la avisase en la parada del Centro Comercial, allí era dónde debía bajarse.
Sentí dejarla, me hubiese gustado seguir a su lado, me trajo tantos y tan bellos recuerdos…
Cuando llegué a casa, ya algo más tranquila, pensé que bien podía haber sido un precioso regalo de Reyes que me enviabas a través de esa señora.
De todas formas y, fuese lo que fuese, escribí para dejar constancia de que lo ocurrido, no fue ningún sueño ¡lo viví!
No sé cómo comenzar
Te vi al principio de espalda
Te reconocí al instante
Pronto mi paso apuré
Tiempo tuve en darme cuenta
Tu paso no era ligero
Sabía que era imposible
Aún llorando, razonaba
Ya muy cerquita de ti
Quiero cambiar de tema, hoy tengo pensado prepararte algo ligero, nutritivo y no tiene muchas calorías.
Se trata de DORADA AL HORNO AL AROMA DE LIMA
INGREDIENTES: Una dorada o más (todo dependerá del número de comensales), un calabacín, dos tomates rojos, un diente de ajo, perejil picado, un poco de vino blanco, sal gorda, aceite, vinagre de Módena, una lima, naranja, mandarina, limón, en fin, las ralladuras de las frutas que más nos gusten.
1- Limpiar y descamar la dorada. Cortar lonchas a todo lo largo del calabacín, cortar los tomates en rodajas un poco gruesas, reservar.
2- Poner en una fuente que pueda ir al horno, unas láminas de calabacín con su piel, y las rodajas de tomate alrededor con un poco de sal, ajo muy picadito y perejil.
3- Poner encima la dorada, salarla a gusto y rociarla con un hilo de aceite de oliva y un chorro de vino blanco.
4- Tener precalentado el horno a 180 grados. Meter la dorada y dejar que se vaya haciendo.
5- Mientras, preparar la vinagreta poniendo en una salsera: Una medida de aceite de oliva virgen, media de vinagre de Módena, las ralladuras de media lima y de media mandarina o naranja y unas gotas de zumo de limón. Remover y reservar.
6- Sacar el pescado del horno, espolvorearlo con perejil muy picado y servir acompañado con la vinagreta.
Es un plato muy sencillo, tiene un toque delicioso por el aroma y sabor que le aportan las frutas.
Hasta entonces, te dejo mis cariños en un abrazo muy especial, como el que sentí cuando creí encontrarte.